Una conversacion entrañable :)
BON APETIT
Por Irlanda Durán
El Circuito Interior era un hervidero de automóviles.
Natalia inspiró profundo, para hacer notar su presencia a Javier, y romper de
alguna manera el silencio hosco de su marido, esa amenaza velada, transformada
en su entrecejo fruncido.
—Maldito GPS, otra vez nos llevó por donde hay más tráfico.
¡Vas por la ruta más rápida mis huevos! ¿Qué hora tienes Natalia?
Natalia miró rápidamente su reloj de pulsera a la vez que
esquivaba a un microbús que frenó en seco.
—Son las nueve y veinticinco. Pero no te enojes Javier, ya
estamos a nada de llegar.
La faja para que le entrara el vestido de noche le ahorcaba
la panza y los zapatos de tacón de diez centímetros no eran adecuados para
frenar, acelerar, esquivar y volver a frenar. Todo porque a Javier le ponía
nervioso manejar de prisa. Natalia respiró profundo y volvió a concentrarse en
el camino. El GPS marcó una ruta alterna por puente en reparación. Ella siguió
sin dudar la ruta indicada por el celular.
—¡Chingada madre Natalia, te pasaste la esquina del puente!
Ahora sí no vamos a llegar.
—Es que el puente...
—¡Que el puente ni que la chingada, mujer! Tú no los
conoces. Nos invitó el gerente de planta y es un mamoncito que le encanta
fastidiar. Si llegamos después que él va a estar jodiendo toda la cena. Lo peor
es que tengo que aguantar sus bromas pendejas sonriendo, a menos claro, que le
ponga un alto a sus chingaderas y me quede sin trabajo.
Natalia apretó los dientes. El tic que siempre le daba
cuando iban a comer a casa de sus suegros le tironeó el párpado izquierdo,
exasperante y premonitorio.
—Pero vaya, eso a ti te vale madre, Natalia. Yo te llevo
todo lo que quieres a la casa. A ver si cuando me quede sin trabajo vas a
seguir molestando con eso de que quieres trabajar. En vez de quedarte
aplastadota con los niños en la casa. Ya te quiero ver.
El tic descendió como una hormiguita hasta la comisura
labial izquierda de Natalia, jalando hacia arriba y abajo, como un niño
impertinente.
—No la tomes conmigo. Voy lo más rápido que puedo.
Javier la miró enfurecido. Unas finas gotitas de saliva se
estrellaron contra la mejilla derecha de Natalia.
—Lo haces lo mejor que puedes y ni así logras hacer las
cosas bien. Olvídalo. Ya nos jodimos.
El tic se extendió hacia dentro de la oreja izquierda de
Natalia y se introdujo en su conducto auditivo como si fuera un duende maligno.
En ese momento una sonrisa torcida se colgó de su cara. Frenó y giró
bruscamente en la siguiente esquina en dirección al puente en reparación.
—¿Qué te
pasa Natalia? —le gritó.
Por toda respuesta ella aceleró. Javier rebotaba en el
asiento del copiloto.
Subió a la pendiente del puente en reparación con la mirada
fija hacia el frente, sintiendo como su cara se deformaba. Javier sintió en su
propio estómago el boquete oscuro que se proyectaba hacia el frente, una caída
de más de cinco metros.
—¿Natalia, por amor de Dios, que haces? ¡Frena!
Las llantas rechinaron al frenar de golpe. Apenas unos
metros los separaron de la muerte.
Javier y
Natalia bajaron del auto, temblando. Javier se encogió y vomitó sobre sus
pantalones de fiesta. Cuando se incorporó se acercó a Natalia que miraba desde
la orilla del precipicio el anuncio luminoso del restaurante francés.
—¡Chingada madre, Natalia, casi me matas! Esto no puede
seguir así, en este momento vamos al hospital a que te encierren, pinche
loca... Dios mío ¿Qué le paso a tu cara?
—Mira, seguro si bajas por aquí si llegas a tiempo, cabrón.
Natalia arrastró la voz con lentitud, para que no hubiera
duda alguna de sus palabras y dando media vuelta descendió a pie, quitándose
los tacones, asentando los pies desnudos y libres para volver a casa sin dolor
y así disfrutar de su recién descubierta libertad.