miércoles, 23 de octubre de 2024

Una conversacion entrañable :)

Una conversacion entrañable :)


BON APETIT

Por Irlanda Durán

El Circuito Interior era un hervidero de automóviles. Natalia inspiró profundo, para hacer notar su presencia a Javier, y romper de alguna manera el silencio hosco de su marido, esa amenaza velada, transformada en su entrecejo fruncido.

—Maldito GPS, otra vez nos llevó por donde hay más tráfico. ¡Vas por la ruta más rápida mis huevos! ¿Qué hora tienes Natalia?

Natalia miró rápidamente su reloj de pulsera a la vez que esquivaba a un microbús que frenó en seco.

—Son las nueve y veinticinco. Pero no te enojes Javier, ya estamos a nada de llegar.

La faja para que le entrara el vestido de noche le ahorcaba la panza y los zapatos de tacón de diez centímetros no eran adecuados para frenar, acelerar, esquivar y volver a frenar. Todo porque a Javier le ponía nervioso manejar de prisa. Natalia respiró profundo y volvió a concentrarse en el camino. El GPS marcó una ruta alterna por puente en reparación. Ella siguió sin dudar la ruta indicada por el celular.

—¡Chingada madre Natalia, te pasaste la esquina del puente! Ahora sí no vamos a llegar.

—Es que el puente...

—¡Que el puente ni que la chingada, mujer! Tú no los conoces. Nos invitó el gerente de planta y es un mamoncito que le encanta fastidiar. Si llegamos después que él va a estar jodiendo toda la cena. Lo peor es que tengo que aguantar sus bromas pendejas sonriendo, a menos claro, que le ponga un alto a sus chingaderas y me quede sin trabajo.

Natalia apretó los dientes. El tic que siempre le daba cuando iban a comer a casa de sus suegros le tironeó el párpado izquierdo, exasperante y premonitorio.

—Pero vaya, eso a ti te vale madre, Natalia. Yo te llevo todo lo que quieres a la casa. A ver si cuando me quede sin trabajo vas a seguir molestando con eso de que quieres trabajar. En vez de quedarte aplastadota con los niños en la casa. Ya te quiero ver.

El tic descendió como una hormiguita hasta la comisura labial izquierda de Natalia, jalando hacia arriba y abajo, como un niño impertinente.

—No la tomes conmigo. Voy lo más rápido que puedo.

Javier la miró enfurecido. Unas finas gotitas de saliva se estrellaron contra la mejilla derecha de Natalia.

—Lo haces lo mejor que puedes y ni así logras hacer las cosas bien. Olvídalo. Ya nos jodimos.

El tic se extendió hacia dentro de la oreja izquierda de Natalia y se introdujo en su conducto auditivo como si fuera un duende maligno. En ese momento una sonrisa torcida se colgó de su cara. Frenó y giró bruscamente en la siguiente esquina en dirección al puente en reparación.

            —¿Qué te pasa Natalia? —le gritó.

Por toda respuesta ella aceleró. Javier rebotaba en el asiento del copiloto.

Subió a la pendiente del puente en reparación con la mirada fija hacia el frente, sintiendo como su cara se deformaba. Javier sintió en su propio estómago el boquete oscuro que se proyectaba hacia el frente, una caída de más de cinco metros.

—¿Natalia, por amor de Dios, que haces? ¡Frena!

Las llantas rechinaron al frenar de golpe. Apenas unos metros los separaron de la muerte.

         Javier y Natalia bajaron del auto, temblando. Javier se encogió y vomitó sobre sus pantalones de fiesta. Cuando se incorporó se acercó a Natalia que miraba desde la orilla del precipicio el anuncio luminoso del restaurante francés.

—¡Chingada madre, Natalia, casi me matas! Esto no puede seguir así, en este momento vamos al hospital a que te encierren, pinche loca... Dios mío ¿Qué le paso a tu cara?

—Mira, seguro si bajas por aquí si llegas a tiempo, cabrón.

Natalia arrastró la voz con lentitud, para que no hubiera duda alguna de sus palabras y dando media vuelta descendió a pie, quitándose los tacones, asentando los pies desnudos y libres para volver a casa sin dolor y así disfrutar de su recién descubierta libertad.